
Es fundamental distinguir entre la tolerancia o la defensa de las tradiciones culturales y la ceguera ante actitudes y costumbres próximas a la tortura que vulneran la integridad y dignidad de las personas. Una difusa “mala conciencia” occidental y el temor a manifestar una opinión negativa hacia una práctica tan cruel, suscitan en nuestros países una actitud demasiado pasiva ante un hecho condenable. Esa pasividad contribuye a legitimar la mutilación sexual y deja en la indefensión a las víctimas. La defensa de la tradición debe encontrar su límite en el respeto a los derechos fundamentales.


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